sábado, octubre 10, 2020

DICCIONARIO DE LOS PUEBLOS DE HISPANIA

 



Compendio de núcleos de población, cecas, tribus y grupos étnicos, accidentes geográficos, etc, de la Hispania prerromana y romana documentados por las fuentes históricas, la arqueología o la epigrafía, y desarrollados en su cronología histórica, orientación económica, adscripción étnica... con mención de las fuentes que los documentan.

Como el anterior Diccionario Toponímico y Etnográfico de Hispania Antigua (librosalacarta 2004), la presente obra es extracto en forma de diccionario de la base de datos "Hispantigua" desarrollada por el autor, actualizando y completando la información vertida en aquella del 2004.

Obra de Julián Rubén Jiménez, con ISBN 9788413373898, editada por Verbum Editorial. 


Os dejo una de las 3.150 entradas del diccionario, una entrada étnica: los VETTONES.

(Los términos en MAYÚSCULA remiten a nuevas entradas del diccionario)




VETTONES

Pueblo asentado entre los VACCEOS, los CARPETANOS y los LUSITANOS, ocupando el Sistema Central, desde el Alberche a la Sierra de Gata, las sierras de Ávila, el occidente del Tormes hasta el Duero. Dentro de la dificultad habitual para establecer una relación étnia-territorio, y de ajustar ésta al marco cronológico, los límites históricos de los vettones serían los siguientes: al noroeste hasta el Duero, a occidente en la línea del Côa, del Águeda, estribaciones al sur de Gata, oeste de Plasencia hasta el Tajo. Al sur del Tajo tal vez en la línea del Tamuja, entre Cáceres y Trujillo, alcanzando las sierras de Montánchez y la misma línea del Guadiana (Lacimurga) como límite meridional. A partir de ahí su frontera oriental continuaría por las sierras de Guadalupe, Altamira y Montes de Toledo, hasta enlazar nuevamente con el Tajo algo al este de Talavera de la Reina. Superado el Tajo continuaría una línea a través del Alberche, el Cofio y el Voltoya, después las zonas de Arévalo, Madrigal y Fuentesaúco, hasta enlazar con el Duero a la altura del Esla, en el triple límite vacceo-astur-vettón.

Los vettones ocupan un territorio que evidencia una acusada continuidad, al menos, desde el Bronce Pleno, absorviendo diferentes impactos culturales recibidos sobretodo a partir  de la transición Bronce/Hierro: entorno Soto, orientalizante, castreño, iberismo, celtiberización...

En su territorio se sitúa el yacimiento que da nombre a una cultura interior del Bronce Atlántico: Cogotas I, que afecta a la mayoría de la meseta norte, superando ésta hasta el Tajo. Dicha cultura está sujeta a una cronología que arranca en el Bronce Inicial con un período formativo denominado “fase Cogeces” (del yacimiento de Cogeces del Monte, Valladolid), y mantiene una pervivencia definida durante el Bronce Pleno-Final (XVI/XV–IX/VIII a.C.). Son gentes integradas en grupos tribales, con asentamientos aldeanos de ocupación inestable, trasterminante, generalmente en alto y con alguna defensa elemental. Junto a éstos figuran otros menores en llano, supeditados al control visual de los primeros, sin defensas, y probablemente orientados a una agricultura básica de subsistencia. Construían viviendas redondas de entramado vegetal y practicaban el rito funerario, quizás selectivo (vid. desarrollo y propuesta alternativa en TARTESSOS), de la inhumación en fosa, cista, hoyo, dolmen o cueva, con un ajuar cerámico característico por sus piezas excisas y de boquique. De economía fundamentalmente ganadera (bóvido y oveja), adecuada al terreno y apegada a las rutas de comunicación, como sus parientes “atlánticos” lusitanos y tartessios, con quienes ya mantuvieron contactos comerciales en época precolonial (cerámicas tipo Carambolo, fíbulas de codo tipo Huelva, asadores, hachas... meridionales y mediterráneas; junto a espadas, cuchillos, hachas... occidentales y atlánticas). Contaron igualmente con una agricultura elemental de cereal (cebada, ¿también trasterminante?), y actividad minero-metalúrgica básica, de carácter doméstico, como también lo sería su producción textil, cerámica... Se conocen numerosos yacimientos de este período: Cogotas, Sanchorreja, Berrueco, San Román de Hornija, Tolmos de Caracena, Ecce Homo, Arenero de Soto, Carpio Bernardo, Arroyo Manzanas...

A caballo entre el Bronce Final y el Hierro I (persiste un gran desconocimiento sobre este período: mitad XI a mitad VIII a.C.) comienza a apreciarse en la zona nororiental del territorio Cogotas (futura área vaccea) una evolución hacia asentamientos mayores y estables, de orientación agraria (útiles, graneros, hornos...), que fueron tradicionalmente atribuidos a razones rupturistas provocadas por avenidas foráneas (vid. CELTAS, también PELENDONES); aunque hoy se prefiere la consideración de proceso endógeno y gradual de las sociedades de Cogotas I, esto sí, estimulados por influencias (ideas, útiles y técnicas agrícolas) recibidas de otras culturas: Campos de Urnas desde el noreste y sobretodo el orientalizante tartessio. Se trata de la denominada cultura de Soto de Medinilla (vid. VACCEOS), que tiene su foco en la cuenca media del Duero, donde colonizará el territorio agrícola estableciendo numerosos poblados apegados a los campos, y se extiende por el resto centro-occidental de la Meseta.

El territorio estrictamente vettón, preferentemente ganadero, por su dominio de las rutas y pasos ganaderos se beneficia en este tiempo del control de intercambios comerciales norte-sur: objetos metálicos, telas, perfumes, sal, tal vez asnos.., por estaño atlántico, tal vez oro, ganados, pieles y quizás hombres (esclavos); ofreciendo aquí la cultura Soto una personalidad orientalizante acusada. Centros de control estratégico de este tipo (modelo denominado por K.G. Hirth de “comunidades de paso”) se han supuesto los antiguos emplazamientos altos y amurallados del Berrueco, Sanchorreja, inmediaciones de El Raso..., y poblados típicos “Soto” serían Cerro de San Vicente (Salamanca) y Ledesma, en su frontera con el área agrícola, y Las Zorreras de Muñana, Herguijuela de Ciudad Rodrigo, Colmenar de Montemayor..., núcleos menores y probablemente “supeditados” a los ganadero-comerciales de mayor tamaño.

En ambas influencias, Soto y Orientalizante tartessio, se gestará la personalidad protovettona, ofreciendo la arqueología de este tiempo Hierro Antiguo/Pleno numerosos elementos introducidos merced a estos contactos norte-sur: cerámicas Soto de pie realzado, perfil carenado y decoración incisa a peine, fíbulas (doble resorte y pie levantado), broches de cinturón (calados, de uno a más garfios), cuentas de collar, arybalos, asadores, braseros, jarros, prótomos de animal, figuritas votivas, orfebrería ritual (tesoros de Cañada de Pajares, Serradilla, El Raso..)... El poblamiento se distribuye en menor número de núcleos que en tiempos anteriores, aunque mayores, estables y jerarquizados (en otro caso sería difícil la gestión de intercambios y el enriquecimiento de las élites). Junto al rito funerario tradicional (inhumación “selectiva”) se detecta una tímida aparición de la incineración, ya generalizada en el ámbito tartessio (su importancia relativa estaría en servir de sustrato a la posterior celtización).

Alvarez-Sanchís ha llamado la atención sobre el establecimiento, avanzado este período, de una especie de frontera Soto-vettona, una franja despoblada, tierra de nadie entre los poblados agrícolas de Soto y los protovettones ganaderos, entre el Tormes, Adaja y Duero, que permanecerá hasta tiempo histórico: numerosas dudas en la atribución vaccea o vettona de núcleos de la zona (Salmantica, Sentice, Arbucale...), presunción de avances de unos por tierras de otros...

 

A partir de fines del V a.C. confluyen en su territorio dos importantes fenómenos, en buena medida subordinados: el cese del comercio orientalizante tras la disolución de TARTESSOS, que producirá, sobretodo en torno al Tajo, una especie de regionalización de la cultura; y una celtiberización progresiva de la cultura material (V-III a.C.), quizás acompañada de ciertos aportes étnicos, sobretodo en la meseta. Parecen surgir entonces rivalidades y tensiones entre los grupos asentados en esta zona, conforme manifiesta la tendencia al castro amurallado y a la explotación del territorio (en lugar del anterior control sobre “pasos del comercio exterior”). El registro funerario ofrece al arqueólogo la sustitución de ajuares con joyas por ajuares guerreros, que anuncian que son ahora las armas objetos “de prestigio”, y por tanto de poder. Son tiempos para el desarrollo de élites guerreras, las denominadas “jefaturas”, facultadas para extender su control sobre territorios vecinos o defender el suyo de las incursiones de otros. Estas “jefaturas” guerreras, asumiendo así la defensa de sus comunidades, asumirán consecuentemente el control y la supremacía sobre el resto del grupo.

Se detecta ahora una generalización de núcleos castreños y una ocupación sistemática y longitudinal del territorio apegada (como ya les era tradicional) a los valles de comunicación ganadero-comercial y a las cuencas fluviales (Duero, Águeda, Tormes, Adaja, Tietar, Tajo...). Numerosos castros continúan ocupando lugares en altura de gran visibilidad: los ya mencionados de las sierras de Ávila y Salamanca, donde el fenómeno continúa siendo general, junto a algunos al sur del Tajo, como San Cristóbal de Logrosán, Santa Cruz, Pico Estena y Pico Aljibe; mientras se generalizan en la cuenca extremeña del Tajo (solar de difícil etnicidad luso-vettona a partir de entonces: vid. SEANI) los emplazamientos en espigón fluvial, con poca visibilidad y aprovechando las defensas naturales de los ríos: Castillejo de la Orden, Villasviejas del Tamuja, Sansueña, La Coraja, Azuquén de la Villeta, Castillejos de Valdecañas...

Aumenta la demografía, como ya ocurriera en el período anterior, aunque ahora también aumenta el número de asentamientos, gran parte de ellos de nueva planta. Se generaliza el ritual de la incineración, la amortización funeraria del armamento de hierro, la cerámica a torno de pasta anaranjada y decoración pintada tipo celtibérica (aunque perdurarán las piezas a peine hasta el II a.C.), los ajuares metálicos celtibéricos (espadas de antenas, puñales biglobulares, fíbulas del caballito...), las defensas, la construcción en piedra... Existe una potenciación agraria con la introducción del arado, aunque el territorio vettón continúa volcado a la actividad ganadera, como evidencia la desatención a las mejores tierras agrícolas de la zona (llanura sedimentaria del norte de Avila y sur-oeste de Salamanca, llanura Tiétar-Tajo...), incrementándose ahora la explotación del hierro, la sal, la producción cerámica..., y en el orden ideológico y social la estructura gentilicia, la planta cuadrada, las parcelaciones, las obras públicas (defensivas y sagradas)...

A partir del III a.C. la propia evolución de esta fase ofrecerá, sin solución de continuidad, el surgimiento de los vettones históricos. El territorio se jerarquiza aún más, alcanzando ahora algunos de sus castros (al menos en el foco mejor estudiado abulense -salmantino) la categoría de verdaderos oppida: Salamanca, Ledesma, Ulaca, Mesa de Miranda, Cogotas, El Raso, Villavieja de Casas del Castañar... Estos oppida cuentan con murallas de dos o tres paramentos, provistas de torres, bastiones y accesos protegidos mediante puertas en embudo o esviaje, en ocasiones fosos y piedras hincadas, encerraderos de ganado, recintos amurallados a modo de extensión de acrópolis, áreas industriales (fraguas, alfares, secaderos de pieles..), zonas colectivas (ferias), emplazamientos sagrados con santuarios de tipo rupestre (Ulaca, Villavieja de Casas del Castañar, Peña Carnicera de Mata de Alcántara)... Junto a estos núcleos aparecen sus extensas necrópolis, que han ofrecido numerosos ajuares con panoplia tipo celtibérica (espada o puñal de antenas, lanzas y escudo), con algún elemento ibérico (falcata o puñal afalcatado), a los que también se añaden en una fase posterior arreos de caballo, fíbulas, placas, pectorales... La denominación indígena de estos grandes núcleos es desconocida (salvo Salamanca, Ledesma..), merced a su despoblación generalizada en el II a.C, anterior a los textos clásicos.

Los vettones tendrían, como los celtíberos y quizás los lusitanos, dos tipos de magistratura: una de carácter civil y religioso, y otra ocasional de orden militar; y contarían, como los lusitanos, con un corpus sacro de rituales guerreros: cánticos, himnos, saunas iniciáticas, danzas, tratamiento de prisioneros... También se atestigua entre ellos la práctica de sacrificios humanos, como en tiempo romano evidencia la prohibición expresa a su ciudad de BLETISA de continuar realizándolos, y el santuario del gran castro de Ulaca (vid. DEOBRIGA), el mayor de la península, que como Panoias cuenta con recinto rupestre religioso y ara sacrificial.

Pero quizás el elemento más característico de la cultura vettona sean los verracos: esculturas zoomorfas en piedra, toros y suidos, cuya distribución (junto a la de la cerámica de peine inciso) establece los límites del territorio vettón coincidiendo a grosso modo con los señalados por los textos clásicos. Tradicionalmente fueron considerados esculturas de carácter mágico de protección de los ganados (Cabré, Caro Baroja, Maluquer..), esculturas relacionadas con el mundo funerario (Hübner, Gomez Moreno..), hitos territoriales, monumentos asociados a las “invasiones” célticas... Hace tiempo que no se duda de su inspiración en la estatuaria animalística ibérica (leones y toros), datándose a partir de la mitad del IV a.C. y con un foco difusor en el valle del Amblés asociados a los oppida. Creemos a los antiguos, generalmente toros y de mayor tamaño, símbolos o estandartes de la clase superior ganadera, tradicional y conservadora (tal vez los verdaderos “vettones” dentro del mundo vettón), que marcarían su reserva de esas zonas frente a los grupos agrícolas aldeanos (con presencia creciente desde la fase Soto, aunque sin superar nunca una posición secundaria en el control del territorio), como símbolos de autoridad y avisos de “veda” agraria en ciertos lugares restringidos: se establecen en zonas de pastos de invierno, que eran a su vez susceptibles de explotación agraria. Esta funcionalidad de los verracos, ya estereotipada en tiempos posteriores (como también indica su forma esquemática, el uso de nuevos soportes: fíbulas, téseras.., y la misma inclinación posterior al suido), no excluye su carácter de protección del ganado, o incluso de urna funeraria, debido al prestigio ya acumulado desde antiguo por este “símbolo”. Asimismo, la presunta interpretación de vettones como “antiguos” o “verracos” (vid. abajo) podría hallarse en relación al nombre aplicado dentro del mismo mundo vettón a los oppidani, de estirpe guerrero-ganadera y tradicional, por las gentes agrícolas del llano, grupos aldeanos que verían en aquellos “señores del territorio” (y por ende de la guerra, el comercio, la industria y las comunicaciones) un fuerte apego a sus tradiciones más remotas, entre éstas su vinculación totémica al ganado; y sería adoptado por los mismos “antiguos o verracos” como un rasgo de prestigio y autoridad territorial (vid. TITTOS, en sentido inverso). En este sentido señalamos que se ha atribuido al etnónimo vettones un significante de “antiguos” (raíz indoeuropea ‘*wet-’, latín vetus, lituano antiguo vetusas..); propuesta a la que añadimos otra procedente de la misma raíz ‘*wet-’ que podría arrojar interpretación de “ternero, puerco, verraco”, dadas las derivaciones relativas a animales que dicha raíz presenta en otras lenguas indoeuropeas: en el mismo latín vitulus es novillo y vitela piel de vaca; en sánscrito vatsaká y en albanés vitsh significan ternero; en irlandés medieval puerco es feis; en gótico withrus es cordero; en islandés antiguo vedr y en alto alemán antiguo widar aluden a carnero; en córnico y bretón antiguo guis designa cordero; ... Por otro lado, etnonimia de significado “antiguo, viejo” estaría documentada en SEANI y SENONES, en ambos casos procedente de la raíz ‘*sen-’.

 

Los vettones aparecen a la historia enfrentados a los cartagineses de Aníbal, durante la expedición de éste a sus tierras y el asedio a SALMANTICA y ARBUCALA, ciudades fronterizas de dudosa asignación a éstos o a vacceos. Cornelio Nepote atribuye a éstos (se supone que erróneamente) el enfrentamiento con los cartagineses del que resultó el episodio de la muerte de Amílcar Barca (vid. HELIKE). Se entiende que formarían parte de los pueblos “lusitanos” que se enfrentarían a Roma en la primera mitad del II a.C., y a inicios del siguiente siglo. Livio les incluye en las batallas de TOLETUM del 193 y 192 a.C., frente al pretor Marco Fulvio Nobilior. Apiano les cita expresamente como aliados del caudillo lusitano Púnico, en las campañas frente a los BLASTOFENICIOS, aliados de Roma, y enfrentándose al cónsul Q. Servilio Cepión, en 139 a.C., durante las guerras de Viriato.

La romanización de su territorio propició una serie de asentamientos en las vegas, y junto a las vías de comunicación romanas, como la Vía de la Plata. Surgirían así durante el I a.C., con probables aportes de los oppida y castra entonces abandonados, los núcleos históricos de AUGUSTOBRIGA, CAESAROBRIGA, NORBA (posteriormente lusitano), CAPARA... probablemente ex novo; y se romanizarían poblaciones anteriores como SALMANTICA, BLETISAMA, MIROBRIGA, OBILA, Yecla de Yeltes, Irueña...

La administración romana les adscribió a la Provincia Ulterior Lusitana, en el Conventus Emeritensis, salvo en la franja noreste, donde su zona de Avila quedaría en principio en la Citerior Tarraconensis, Conventus Carthaginensis. Contaban, además de las mencionadas, con las ciudades de MANLIANA, LANCIA OPPIDANA, TURGALIUM, OKELON, DEOBRIGA... Figuran en textos de César, Tito Livio, Strabon, Plinio, Lucano, Silio Itálico, Cornelio Nepote, Honorio, Apiano, Ptolomeo, Higino, Vigilancio, ... Etnónimo bien documentado epigráficamente. 


(DICCIONARIO DE LOS PUEBLOS DE HISPANIA, pag. 744-752)



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