Compendio de núcleos de población, cecas, tribus y grupos étnicos, accidentes geográficos, etc, de la Hispania prerromana y romana documentados por las fuentes históricas, la arqueología o la epigrafía, y desarrollados en su cronología histórica, orientación económica, adscripción étnica... con mención de las fuentes que los documentan.
Como el anterior Diccionario Toponímico y Etnográfico de Hispania Antigua (librosalacarta 2004), la presente obra es extracto en forma de diccionario de la base de datos "Hispantigua" desarrollada por el autor, actualizando y completando la información vertida en aquella del 2004.
Obra de Julián Rubén Jiménez, con ISBN 9788413373898, editada por Verbum Editorial.
Os dejo una de las 3.150 entradas del diccionario, una entrada étnica: los VETTONES.
(Los términos en MAYÚSCULA remiten a nuevas entradas del diccionario)
VETTONES
Pueblo asentado entre los
VACCEOS, los CARPETANOS y los LUSITANOS, ocupando el Sistema Central, desde el
Alberche a la Sierra de Gata, las sierras de Ávila, el occidente del Tormes
hasta el Duero. Dentro de la dificultad habitual para establecer una relación
étnia-territorio, y de ajustar ésta al marco cronológico, los límites
históricos de los vettones serían los siguientes: al noroeste hasta el Duero, a
occidente en la línea del Côa, del Águeda, estribaciones al sur de Gata, oeste
de Plasencia hasta el Tajo. Al sur del Tajo tal vez en la línea del Tamuja,
entre Cáceres y Trujillo, alcanzando las sierras de Montánchez y la misma línea
del Guadiana (Lacimurga) como límite meridional. A partir de ahí su frontera
oriental continuaría por las sierras de Guadalupe, Altamira y Montes de Toledo,
hasta enlazar nuevamente con el Tajo algo al este de Talavera de la Reina.
Superado el Tajo continuaría una línea a través del Alberche, el Cofio y el
Voltoya, después las zonas de Arévalo, Madrigal y Fuentesaúco, hasta enlazar
con el Duero a la altura del Esla, en el triple límite vacceo-astur-vettón.
Los vettones ocupan un
territorio que evidencia una acusada continuidad, al menos, desde el Bronce
Pleno, absorviendo diferentes impactos culturales recibidos sobretodo a
partir de la transición Bronce/Hierro:
entorno Soto, orientalizante, castreño, iberismo, celtiberización...
En su territorio se sitúa el yacimiento que da
nombre a una cultura interior del Bronce Atlántico: Cogotas I, que afecta a la
mayoría de la meseta norte, superando ésta hasta el Tajo. Dicha cultura está
sujeta a una cronología que arranca en el Bronce Inicial con un período
formativo denominado “fase Cogeces” (del yacimiento de Cogeces del Monte,
Valladolid), y mantiene una pervivencia definida durante el Bronce Pleno-Final
(XVI/XV–IX/VIII a.C.). Son gentes integradas en grupos tribales, con
asentamientos aldeanos de ocupación inestable, trasterminante, generalmente en
alto y con alguna defensa elemental. Junto a éstos figuran otros menores en
llano, supeditados al control visual de los primeros, sin defensas, y
probablemente orientados a una agricultura básica de subsistencia. Construían
viviendas redondas de entramado vegetal y practicaban el rito funerario, quizás
selectivo (vid. desarrollo y propuesta alternativa en TARTESSOS), de la
inhumación en fosa, cista, hoyo, dolmen o cueva, con un ajuar cerámico
característico por sus piezas excisas y de boquique. De economía
fundamentalmente ganadera (bóvido y oveja), adecuada al terreno y apegada a las
rutas de comunicación, como sus parientes “atlánticos” lusitanos y tartessios,
con quienes ya mantuvieron contactos comerciales en época precolonial
(cerámicas tipo Carambolo, fíbulas de codo tipo Huelva, asadores, hachas...
meridionales y mediterráneas; junto a espadas, cuchillos, hachas...
occidentales y atlánticas). Contaron igualmente con una agricultura elemental
de cereal (cebada, ¿también trasterminante?), y actividad minero-metalúrgica
básica, de carácter doméstico, como también lo sería su producción textil,
cerámica... Se conocen numerosos yacimientos de este período: Cogotas,
Sanchorreja, Berrueco, San Román de Hornija, Tolmos de Caracena, Ecce Homo,
Arenero de Soto, Carpio Bernardo, Arroyo Manzanas...
A caballo entre el Bronce
Final y el Hierro I (persiste un gran desconocimiento sobre este período: mitad
XI a mitad VIII a.C.) comienza a apreciarse en la zona nororiental del
territorio Cogotas (futura área vaccea) una evolución hacia asentamientos
mayores y estables, de orientación agraria (útiles, graneros, hornos...), que
fueron tradicionalmente atribuidos a razones rupturistas provocadas por
avenidas foráneas (vid. CELTAS, también PELENDONES); aunque hoy se prefiere la
consideración de proceso endógeno y gradual de las sociedades de Cogotas I,
esto sí, estimulados por influencias (ideas, útiles y técnicas agrícolas)
recibidas de otras culturas: Campos de Urnas desde el noreste y sobretodo el
orientalizante tartessio. Se trata de la denominada cultura de Soto de
Medinilla (vid. VACCEOS), que tiene su foco en la cuenca media del Duero, donde
colonizará el territorio agrícola estableciendo numerosos poblados apegados a
los campos, y se extiende por el resto centro-occidental de la Meseta.
El territorio estrictamente
vettón, preferentemente ganadero, por su dominio de las rutas y pasos ganaderos
se beneficia en este tiempo del control de intercambios comerciales norte-sur:
objetos metálicos, telas, perfumes, sal, tal vez asnos.., por estaño atlántico,
tal vez oro, ganados, pieles y quizás hombres (esclavos); ofreciendo aquí la
cultura Soto una personalidad orientalizante acusada. Centros de control
estratégico de este tipo (modelo denominado por K.G. Hirth de “comunidades de
paso”) se han supuesto los antiguos emplazamientos altos y amurallados del
Berrueco, Sanchorreja, inmediaciones de El Raso..., y poblados típicos “Soto”
serían Cerro de San Vicente (Salamanca) y Ledesma, en su frontera con el área
agrícola, y Las Zorreras de Muñana, Herguijuela de Ciudad Rodrigo, Colmenar de
Montemayor..., núcleos menores y probablemente “supeditados” a los
ganadero-comerciales de mayor tamaño.
En ambas influencias, Soto y
Orientalizante tartessio, se gestará la personalidad protovettona, ofreciendo
la arqueología de este tiempo Hierro Antiguo/Pleno numerosos elementos
introducidos merced a estos contactos norte-sur: cerámicas Soto de pie
realzado, perfil carenado y decoración incisa a peine, fíbulas (doble resorte y
pie levantado), broches de cinturón (calados, de uno a más garfios), cuentas de
collar, arybalos, asadores, braseros, jarros, prótomos de animal, figuritas
votivas, orfebrería ritual (tesoros de Cañada de Pajares, Serradilla, El
Raso..)... El poblamiento se distribuye en menor número de núcleos que en
tiempos anteriores, aunque mayores, estables y jerarquizados (en otro caso
sería difícil la gestión de intercambios y el enriquecimiento de las élites).
Junto al rito funerario tradicional (inhumación “selectiva”) se detecta una
tímida aparición de la incineración, ya generalizada en el ámbito tartessio (su
importancia relativa estaría en servir de sustrato a la posterior celtización).
Alvarez-Sanchís ha llamado la
atención sobre el establecimiento, avanzado este período, de una especie de
frontera Soto-vettona, una franja despoblada, tierra de nadie entre los
poblados agrícolas de Soto y los protovettones ganaderos, entre el Tormes,
Adaja y Duero, que permanecerá hasta tiempo histórico: numerosas dudas en la
atribución vaccea o vettona de núcleos de la zona (Salmantica, Sentice,
Arbucale...), presunción de avances de unos por tierras de otros...
A partir de fines del V a.C.
confluyen en su territorio dos importantes fenómenos, en buena medida
subordinados: el cese del comercio orientalizante tras la disolución de
TARTESSOS, que producirá, sobretodo en torno al Tajo, una especie de
regionalización de la cultura; y una celtiberización progresiva de la cultura
material (V-III a.C.), quizás acompañada de ciertos aportes étnicos, sobretodo
en la meseta. Parecen surgir entonces rivalidades y tensiones entre los grupos
asentados en esta zona, conforme manifiesta la tendencia al castro amurallado y
a la explotación del territorio (en lugar del anterior control sobre “pasos del
comercio exterior”). El registro funerario ofrece al arqueólogo la sustitución
de ajuares con joyas por ajuares guerreros, que anuncian que son ahora las
armas objetos “de prestigio”, y por tanto de poder. Son tiempos para el
desarrollo de élites guerreras, las denominadas “jefaturas”, facultadas para
extender su control sobre territorios vecinos o defender el suyo de las
incursiones de otros. Estas “jefaturas” guerreras, asumiendo así la defensa de
sus comunidades, asumirán consecuentemente el control y la supremacía sobre el
resto del grupo.
Se detecta ahora una
generalización de núcleos castreños y una ocupación sistemática y longitudinal
del territorio apegada (como ya les era tradicional) a los valles de comunicación
ganadero-comercial y a las cuencas fluviales (Duero, Águeda, Tormes, Adaja,
Tietar, Tajo...). Numerosos castros continúan ocupando lugares en altura de
gran visibilidad: los ya mencionados de las sierras de Ávila y Salamanca, donde
el fenómeno continúa siendo general, junto a algunos al sur del Tajo, como San
Cristóbal de Logrosán, Santa Cruz, Pico Estena y Pico Aljibe; mientras se
generalizan en la cuenca extremeña del Tajo (solar de difícil etnicidad
luso-vettona a partir de entonces: vid. SEANI) los emplazamientos en espigón
fluvial, con poca visibilidad y aprovechando las defensas naturales de los
ríos: Castillejo de la Orden, Villasviejas del Tamuja, Sansueña, La Coraja,
Azuquén de la Villeta, Castillejos de Valdecañas...
Aumenta la demografía, como ya
ocurriera en el período anterior, aunque ahora también aumenta el número de
asentamientos, gran parte de ellos de nueva planta. Se generaliza el ritual de
la incineración, la amortización funeraria del armamento de hierro, la cerámica
a torno de pasta anaranjada y decoración pintada tipo celtibérica (aunque
perdurarán las piezas a peine hasta el II a.C.), los ajuares metálicos
celtibéricos (espadas de antenas, puñales biglobulares, fíbulas del
caballito...), las defensas, la construcción en piedra... Existe una
potenciación agraria con la introducción del arado, aunque el territorio vettón
continúa volcado a la actividad ganadera, como evidencia la desatención a las
mejores tierras agrícolas de la zona (llanura sedimentaria del norte de Avila y
sur-oeste de Salamanca, llanura Tiétar-Tajo...), incrementándose ahora la
explotación del hierro, la sal, la producción cerámica..., y en el orden
ideológico y social la estructura gentilicia, la planta cuadrada, las
parcelaciones, las obras públicas (defensivas y sagradas)...
A partir del III a.C. la
propia evolución de esta fase ofrecerá, sin solución de continuidad, el
surgimiento de los vettones históricos. El territorio se jerarquiza aún más,
alcanzando ahora algunos de sus castros (al menos en el foco mejor estudiado
abulense -salmantino) la categoría de verdaderos oppida: Salamanca, Ledesma, Ulaca, Mesa de Miranda, Cogotas, El
Raso, Villavieja de Casas del Castañar... Estos oppida cuentan con murallas de dos o tres paramentos, provistas de
torres, bastiones y accesos protegidos mediante puertas en embudo o esviaje, en
ocasiones fosos y piedras hincadas, encerraderos de ganado, recintos
amurallados a modo de extensión de acrópolis, áreas industriales (fraguas,
alfares, secaderos de pieles..), zonas colectivas (ferias), emplazamientos
sagrados con santuarios de tipo rupestre (Ulaca, Villavieja de Casas del
Castañar, Peña Carnicera de Mata de Alcántara)... Junto a estos núcleos
aparecen sus extensas necrópolis, que han ofrecido numerosos ajuares con
panoplia tipo celtibérica (espada o puñal de antenas, lanzas y escudo), con
algún elemento ibérico (falcata o puñal afalcatado), a los que también se
añaden en una fase posterior arreos de caballo, fíbulas, placas, pectorales...
La denominación indígena de estos grandes núcleos es desconocida (salvo
Salamanca, Ledesma..), merced a su despoblación generalizada en el II a.C,
anterior a los textos clásicos.
Los vettones tendrían, como
los celtíberos y quizás los lusitanos, dos tipos de magistratura: una de
carácter civil y religioso, y otra ocasional de orden militar; y contarían,
como los lusitanos, con un corpus
sacro de rituales guerreros: cánticos, himnos, saunas iniciáticas, danzas,
tratamiento de prisioneros... También se atestigua entre ellos la práctica de
sacrificios humanos, como en tiempo romano evidencia la prohibición expresa a
su ciudad de BLETISA de continuar realizándolos, y el santuario del gran castro
de Ulaca (vid. DEOBRIGA), el mayor de la península, que como Panoias cuenta con
recinto rupestre religioso y ara sacrificial.
Pero quizás el elemento más
característico de la cultura vettona sean los verracos: esculturas zoomorfas en
piedra, toros y suidos, cuya distribución (junto a la de la cerámica de peine
inciso) establece los límites del territorio vettón coincidiendo a grosso modo con los señalados por los textos clásicos. Tradicionalmente
fueron considerados esculturas de carácter mágico de protección de los ganados
(Cabré, Caro Baroja, Maluquer..), esculturas relacionadas con el mundo
funerario (Hübner, Gomez Moreno..), hitos territoriales, monumentos asociados a
las “invasiones” célticas... Hace tiempo que no se duda de su inspiración en la
estatuaria animalística ibérica (leones y toros), datándose a partir de la
mitad del IV a.C. y con un foco difusor en el valle del Amblés asociados a los oppida. Creemos a los antiguos,
generalmente toros y de mayor tamaño, símbolos o estandartes de la clase
superior ganadera, tradicional y conservadora (tal vez los verdaderos
“vettones” dentro del mundo vettón), que marcarían su reserva de esas zonas
frente a los grupos agrícolas aldeanos (con presencia creciente desde la fase
Soto, aunque sin superar nunca una posición secundaria en el control del
territorio), como símbolos de autoridad y avisos de “veda” agraria en ciertos
lugares restringidos: se establecen en zonas de pastos de invierno, que eran a
su vez susceptibles de explotación agraria. Esta funcionalidad de los verracos,
ya estereotipada en tiempos posteriores (como también indica su forma
esquemática, el uso de nuevos soportes: fíbulas, téseras.., y la misma
inclinación posterior al suido), no excluye su carácter de protección del
ganado, o incluso de urna funeraria, debido al prestigio ya acumulado desde
antiguo por este “símbolo”. Asimismo, la presunta interpretación de vettones
como “antiguos” o “verracos” (vid. abajo) podría hallarse en relación al nombre
aplicado dentro del mismo mundo vettón a los oppidani, de estirpe guerrero-ganadera y tradicional, por las
gentes agrícolas del llano, grupos aldeanos que verían en aquellos “señores del
territorio” (y por ende de la guerra, el comercio, la industria y las
comunicaciones) un fuerte apego a sus tradiciones más remotas, entre éstas su
vinculación totémica al ganado; y sería adoptado por los mismos “antiguos o
verracos” como un rasgo de prestigio y autoridad territorial (vid. TITTOS, en
sentido inverso). En este sentido señalamos que se ha atribuido al etnónimo vettones un significante de “antiguos”
(raíz indoeuropea ‘*wet-’, latín vetus, lituano antiguo vetusas..); propuesta a la que añadimos
otra procedente de la misma raíz ‘*wet-’
que podría arrojar interpretación de “ternero, puerco, verraco”, dadas las
derivaciones relativas a animales que dicha raíz presenta en otras lenguas
indoeuropeas: en el mismo latín vitulus es
novillo y vitela piel de vaca; en
sánscrito vatsaká y en albanés vitsh significan ternero; en irlandés
medieval puerco es feis; en gótico withrus es cordero; en islandés antiguo vedr y en alto alemán antiguo widar aluden a carnero; en córnico y
bretón antiguo guis designa cordero;
... Por otro lado, etnonimia de significado “antiguo, viejo” estaría
documentada en SEANI y SENONES, en ambos casos procedente de la raíz ‘*sen-’.
Los vettones aparecen a la
historia enfrentados a los cartagineses de Aníbal, durante la expedición de
éste a sus tierras y el asedio a SALMANTICA y ARBUCALA, ciudades fronterizas de
dudosa asignación a éstos o a vacceos. Cornelio Nepote atribuye a éstos (se
supone que erróneamente) el enfrentamiento con los cartagineses del que resultó
el episodio de la muerte de Amílcar Barca (vid. HELIKE). Se entiende que
formarían parte de los pueblos “lusitanos” que se enfrentarían a Roma en la
primera mitad del II a.C., y a inicios del siguiente siglo. Livio les incluye
en las batallas de TOLETUM del 193 y 192 a.C., frente al pretor Marco Fulvio
Nobilior. Apiano les cita expresamente como aliados del caudillo lusitano Púnico,
en las campañas frente a los BLASTOFENICIOS, aliados de Roma, y enfrentándose
al cónsul Q. Servilio Cepión, en 139 a.C., durante las guerras de Viriato.
La romanización de su
territorio propició una serie de asentamientos en las vegas, y junto a las vías
de comunicación romanas, como la Vía de la Plata. Surgirían así durante el I
a.C., con probables aportes de los oppida
y castra entonces abandonados, los
núcleos históricos de AUGUSTOBRIGA, CAESAROBRIGA, NORBA (posteriormente
lusitano), CAPARA... probablemente ex
novo; y se romanizarían poblaciones
anteriores como SALMANTICA, BLETISAMA, MIROBRIGA, OBILA, Yecla de Yeltes,
Irueña...
La administración romana les
adscribió a la Provincia Ulterior Lusitana, en el Conventus Emeritensis, salvo
en la franja noreste, donde su zona de Avila quedaría en principio en la
Citerior Tarraconensis, Conventus Carthaginensis. Contaban, además de las
mencionadas, con las ciudades de MANLIANA, LANCIA OPPIDANA, TURGALIUM, OKELON,
DEOBRIGA... Figuran en textos de César, Tito Livio, Strabon, Plinio, Lucano,
Silio Itálico, Cornelio Nepote, Honorio, Apiano, Ptolomeo, Higino, Vigilancio,
... Etnónimo bien documentado epigráficamente.
(DICCIONARIO DE LOS PUEBLOS DE HISPANIA, pag. 744-752)